Dentro de nuestra familia
apareció un nuevo elemento, se llama principalmente Wi-Pi, aunque a veces nos salga el nombre de Pío o el de
Pájaro.
Wi-Pi surgió en nuestras vidas como una
casualidad, era un bebé pájaro supuéstamente caído del nido y segúramente
alejado de su vertical con la consiguiente perdida de contacto con su madre y piaba
reclamando comida.
Una amiga de mi hija lo recogió y
como se iba al día siguiente nos lo asignó con instrucciones. -Tenéis que
tenerlo en una caja con agujeros, darle de comer pan humedecido en agua y si
hace falta darle de comer de vuestra boca al pico como haría la madre-, todo
esto nos lo explicó con escenificaciones.
Dentro de nuestra familia, el
principal cuidador sería Jaime mi hijo de diez años, eso fue a sugerencia mía
un poco por lo que a él le gustan los animales un poco por quitarme el vivo de
encima.
Desde el primer momento las
instrucciones fueron desatendidas, la principal cuidadora fue mi hermana, el
alimento fue papilla de cereales al agua con un pequeño intento intermedio de
frutas pasadas por el turmix, todo el mundo puede adivinar que hay otro bebé en
la casa, que compartía su rechazo a tan rico manjar, y por último, su
habitáculo la casa tras rechazar de inmediato la caja, tuvimos buen cuidado, en
general, de no pisarlo.
Básicamente Pájaro trataba de no dejarse coger, se metía por los
rincones más raros y solo cuando tenía
hambre se dirigía a nosotros piando y rebozado en telarañas.
Para que aprendiese a volar le
íbamos colocando en el borde de muebles paulatinamente más altos y don Pío
saltaba graciósamente, por decir algo, utilizando sus alas, de vez en cuando su
vuelo se veía interrumpido por algún otro mueble que se le ponía en el camino con
el consiguiente mamporrazo.
Cuando ya no quedaban muebles más
altos trasladamos el campo de operaciones al bosque y le depositamos en la rama
de un árbol, nosotros leíamos o hacíamos nuestras cosas mientras vigilábamos
para que no escapase demasiado lejos, su vuelo dejaba mucho que desear y no
parecía preparado para la independencia.
A veces se tiraba voleteando al
suelo o a una rama muy cercana. No tardó demasiado en volar él solito a la rama
de otro árbol a la distancia de tres
metros, bueno, no estaba mal, nos felicitamos de su hazaña, como si fuese mérito
nuestro.
Inevitáblemente llegó el momento
en que se fue volando a ramas a las que no teníamos acceso y al rato
desapareció de nuestra vista. Con dudas nos alegramos de su independencia, ¿Qué
haría para comer?. En todo caso nada podíamos hacer.
Seguimos nuestras rutinas, nos
fuimos a la playa y a la vuelta nos pusimos a comer. A media comida Jaime oyó
uno de los mil pájaros que pían a nuestro alrededor y se empeñó en que era
Wi-Pi por su voz, escuchamos a Jaime con escepticismo, es más, nosotros en el
fragor de la conversación ni habíamos oído piar a ningún pájaro, pero él se
levantó de la mesa y miró por la ventana y efectívamente ahí estaba. No se
dejaba coger pero si aceptó nuestros cereales, nada de cariños, al grano.
A partir de ese momento y dado
que vuela un poco, aunque su preferencia era pasear, el pájaro se fue a vivir
al bosque y cuando tenía hambre se presentaba piando y abriendo el pico para
que lo llenásemos con comida. Le administrábamos ésta con un palo que le
introducíamos en el pico. Comía como un pajarito así que cuando estaba saciado
se iba.
Al principio de esta situación
pretendió, subido en una rama alta, que le hiciésemos llegar la comida a las
alturas como haría una buena madre, él no estaba dispuesto a ceder a tan justa
reivindicación y nosotros lo estábamos poco a volar, así que se quedó sin
comer. Cuando el hambre apretó un poco más suavizó su postura, bajó y comió y
en su honor hay que decir que nunca nos lo echó en cara.
Parecía que habíamos llegado a
una situación estable en la que yo me atreví a cerrar lo contado con un colorín
colorado, este relato está acabado, pero ayer la situación dio un vuelco que me
obligó a cambiar los verbos a pasado. Recibí una llamada cuando estábamos
paseando por un pueblo precioso llamado Alcanada o Aucanada, según quién lo
llame, pero me estoy yendo por las ramas cuando todo el mundo sabe que no soy
yo el que tiene que ir por esas alturas. La llamada era de mi sobrina para
comunicarme que tras la ingesta habitual, el pájaro había emprendido el vuelo
cuando de repente cayó a tierra sin capacidad de volver a volar, ni a comer, ni
a nada.
Para suavizar la noticia me dijo
que en el último momento les había comunicado que estaba muy agradecido por las
atenciones recibidas pero eso no debió ser verdad porque en la semana que ha
estado con nosotros nunca nos agradeció lo más mínimo. D.E.P.