Difícil es cuantificar y relatar una relación, cualquier
relación, mucho más una no relación, la no relación no existe porque siempre es
y se convierte en una relación aunque se manifieste en ausencia de palabras y
todo se reduzca a miradas y expectativas o a miradas y no expectativas o
incluso a no miradas y no expectativas.
Todo empieza en un colegio por la coincidencia a la espera
de y en la salida de los niños, no todos los días porque hay días que unos
salen a las cuatro y otros que salen a las cinco dependiendo de las actividades
extraescolares y por tanto los que esperan no siempre coinciden en su espera en
el tiempo, por supuesto sí en el sitio pero eso no cuenta porque se trata de la
relación, por un lado, del padre de un niño de ocho años, un padre felizmente
casado, por horarios siempre es él el que va a buscar al niño. En el otro lado
de la relación no relación está la que es casi una niña de dieciséis años que
va a buscar a su hermana seguramente adoptiva porque es oriental, de seis años
y de una gran belleza, exótica para nosotros. Su hermana, la que va a buscarla,
la de dieciséis años también es enormemente bella, su cuerpo todavía presenta
aspectos de adolescencia. Todavía hay otra belleza en la familia, objetivamente
la más guapa de las tres, la hermana mayor, ésta ya más madura y de unos
diecinueve años. La belleza parece ser una constante de familia que afecta
incluso a la hermana adoptiva, quizás no sea adoptiva sino de la segunda mujer
o del segundo marido y del mismo padre o madre.
En cuanto a la relación es muy sencilla, se basa en miradas,
miradas por parte del padre y nunca correspondidas por la hermana pero si
percibidas aunque no lo demuestre. La mayor si parece enterarse más, sin
embargo, básicamente las miradas no van dirigidas a ella.
Pasa un año o un curso, las cosas vuelven a retomarse con
algunas diferencias, ahora sólo viene la mayor a buscar a la pequeña. El padre
del niño, por otra parte a la hora de ir a trabajar, camino del autobús empieza
a encontrarse a la mediana, todos los días en principio, a la misma hora, casi
en el mismo sitio, así que el padre se afana para ser puntual. Al cabo de tres
semanas, las veces que se cruzan empiezan a espaciarse. El padre observa como éstas
van coincidiendo con las que se retrasa un poco y entonces deliberadamente
comienza a retrasar su salida, si antes salía exactamente a las siete cuarenta ahora
lo hace a las siete cuarenta y tres. Poco a poco nota que ella va retrasando un
poco más la salida y se la encuentra, solo visualmente, al llegar a una
bocacalle ella avanza hacia él, ahora solo puede mirarla con cierto descaro y
no como por casualidad y el termino de cierto lo puedo decir porque puede
simular como que mira a ver si viene un coche, cuando por esa calle raramente
pasan coches. El padre comienza a sospechar que ella le tiene miedo aunque no
lo demuestre salvo en el hecho de retrasar su salida quizá para no coincidir. De
nuevo gira la relación, todavía la encuentra alguna rara vez aunque vuelva a la hora de salida de las siete cuarenta.
Ahora la relación es sin palabras, sin expectativas y sin miradas.